No es difícil reconocer la unidad de estilo presente en esta exposición, donde telas, papeles y esculturas conviven en total coherencia. Estas últimas, construidas como planos articulados en el espacio, carecen en su mayoría de color, puesto que Daiber prefiere dejar ver el yeso que las constituye. Son en rigor pinturas con volumen, aun cuando al verlas nos sintamos frente a estilizados cuerpos, esto porque lo que prima en su construcción es ante todo la línea poderosa, esa que cuando aparece divide superficies de manera radical, al punto de quebrarlas y transformar el plano en tres dimensiones. También podríamos reconocer algunos guiños a la historia del arte aquí, como en ciertas poses de sus personajes (cuando los hay), pero cada pieza manifiesta tan claramente un sistema creativo que al final se sienten totalmente auténticas.
Algo que me hizo poner más atención al trabajo de Daiber fue que en su taller había una postal de Paul Gauguin, uno de mis pintores favoritos. Esta aparición me hizo pensar en el modo que la mayoría de los artistas locales tratan de disimular su universo de referencias, encubriéndolas muchas veces con enredadas teorías que no logran justificar la pertinencia de su propio trabajo. La elección por Gauguin me hacía pensar en un referente que justamente es el opuesto de cualquier pretensión excesiva, porque si hay algo que definió su trabajo fue el arrojo (incluso cuando era errático y fallido).